lunes, julio 21, 2014

Un poema de Sergio Loo


Aquí
el agua de la playa es fría
aunque caucásicos turistas nadando para imitar
     a paradisiacas postales
Aquí     Barcelona o mi voz
conectada a mis ojos y mis ojos a mis manos o
el blanco de la página desde donde ensamblas mi voz
y me escuchas a partir de signos     hermana
     hermanita     el agua del mar
está helada (no la niñez de recoger
     conchitas rotas) (no la niñez exacta donde
     anclamos las razones para querernos)
Te hablo de la playa porque no puedo decirte lo
     que aquí está pasando
Te describo la playa con anagramas detallados
     para que entiendas lo que no te puedo
decir (estoy leyendo el Infierno
de la Divina Comedia en una edición barata) (los
     turistas
caucásicos forman anagramas que no logro
     traducir) (pasé
la mañana vomitando) (no he desempacado todavía) (al llegar saqué la cámara fotográfica y la reventé contra el piso) (no rescaté la memoria) (pisoteé la cámara hasta lograr los pedacitos de plástico) (descargué toda la ira exacta de niñez de conchitas de quedarme amarrado a la silla durante las tardes hasta que regresara del trabajo mi madre) (de mis problemas con el tiempo florece un resentimiento contra la fotografía) (o no regresar) (o no regresar jamás) (o quedarme aquí es ningún lado) (o jamás volverlo a mencionar para que el pasado una vil mentira) (desanclar desmitificar el afecto) (aniquilar a la gente que quedó atrás) (cerrar las ventanas y quedarme dentro) (no decir los nombres de los muertos) (cerrar los ojos hasta olvidar cada nombre) (borrar mi nombre escrito en la playa de nuestra niñez ahora toda tuya) (las fotos de paisajes me conducen a experiencias ajenas / reconfortantes / de plástico) (decir de mi pasado un nuevo plástico) (decir de mí una playa artificial --llena de bosques de bondad-- y ejecutarla) (fui feliz) (destruí la cámara como a la amenaza de un futuro álbum fotográfico) (no más recuerdos) (decir fui feliz y sonreír como una playa recién inventada) (abolir la construcción de un nuevo pasado) (enterrar nuestra niñez de conchas rotas destrozadas para siempre junto al cadáver de nuestro padre) (tuve que hacerlo) (enmarcada la foto de mi padre en un muro al que no pienso volver) (romper el marco o llegar aquí) (no regresar)

Hermanita
pienso mucho en nosotros



Sergio Loo
Postales desde mi cabeza
Universidad Autónoma de Nuevo León, 2014.

lunes, julio 07, 2014

Tres poemas de Rafael-José Díaz


La lluvia, ayer

Un sueño de luz, la lluvia, ayer,
tocó los nidos nuevos
que aún guardaba la noche.

El alborozo
de los picos, los ojos dislocados
que bebían las gotas,
el temblor de las alas que se abrían
no ya para volar, no ya en la fiesta
del alimento cotidiano:

alas abiertas para el agua
que llegaba de un sueño
hasta los nidos nuevos, ayer, antes del alba.



Escena

Sentados en el borde
de la piscina junto al mar: dos cuerpos.
Uno moreno, el otro rubio.
Hablan, sonríen, a veces se tocan,
pero con disimulo. Mueven
sus piernas en el agua. Entonces se levantan,
se zambullen, bracean hasta
llegar al otro extremo,
salen, bordean la piscina
hasta que alcanzan la baranda
frente al mar, continúan
hablando, a veces
una mano se apoya sobre un hombro,
pero con disimulo. Luego
regresan a la hamaca
donde tienen sus bolsos, sacan
las toallas, se secan, el moreno
enciende un cigarrillo, hablan,
sonríen, se contemplan
con deleite los cuerpos
y alguna vez se tocan, pero
con disimulo.



El árbol blanco

Aún no he encontrado, madre,
el árbol que te salve de la muerte.

Recorrí esta mañana, hasta extraviarme,
los senderos suspendidos
del jardín botánico, vi,
para que tú los vieras con mis ojos,
árboles de copas altísimas,
flores exóticas que me miraban,
extrañadas, desde la tierra
de su herida, de su destierro,
hojas que arrastraban mis pies
silenciosos, alzados lentamente
y con esfuerzo, como si caminaran
por un sueño vacío.
Y no vi, madre, el árbol que buscaba,
el árbol vivo, luminoso,
el árbol que ha de tender sus ramas
para que no te toque la muerte.

Y como no lo hallé,
como no me deslumbraron
su cuerpo vivo, su presencia,
ahora estas palabras me traen
tu infancia, y eres una niña
que corre infatigable, por el parque
de su ciudad natal,
y llama a sus amigas, y alza ramas
y cañas, y ve siempre a su madre
asomada a la ventana que da al parque,
sonriendo, esperando que su hija regrese
para que la casa esté llena.

Y ahora eres tú esa madre que espera
y tu hijo está mucho más lejos, buscando
un árbol que te salve de la muerte.
Como no lo halla,
ha encendido un poco de incienso,
ha abierto un cuaderno
y ha empezado a escribir, en la noche.
Y ahora que está llegando ya al final
de su ciego camino, de repente,
sobre el cuaderno, ha caído una tromba
de ceniza que ha manchado de blanco
las figuras de tinta.
Enseguida he soplado, y se ha formado
un árbol aéreo, de blancas
cenizas, y sus ramas
han alzado estas palabras, madre,
para que nunca te toque la muerte.

(Madrid, otoño de 1994)



Rafael-José Díaz
La crepitación. Poesía reunida (1991-2006)
La Garúa Libros, 2012.