jueves, julio 28, 2011

Virgilio Piñera: Entre él y yo (fragmentos)

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Virgilio Piñera poseía las virtudes inherentes al conversador, una de las cuales es la humildad. Se hacía escuchar, se oía a sí mismo en lo que hablaba, pero sabía escuchar al otro. No sólo lo escuchaba, lo inducía a hablar. Si con el tiempo me di cuenta de la agudeza de su mente, de la amplitud de sus lecturas y preocupaciones intelectuales, desde el principio percibí que no le interesaban las poses, modelos literarios ni autoridades académicas. Sentía la necesidad de ser natural, que para él significaba el difícil método de expresarse a sí mismo y de vivir como él era. En esto me recordaba la actitud de Montaigne, autor que no sé si llegó a interesarle. Nunca lo citó en mi presencia y no lo he encontrado tampoco en sus textos. Lo que más preocupaba a Virgilio Piñera en este aspecto, era la personalidad ficticia, laboriosamente obtenida por negaciones de la propia naturaleza. Estos seres le parecían deformes. Cultos y mesurados, pero deformes. Cuanto podía desvirtuar su naturaleza, a la que cada día trataba de seguir, lo enojaba. Se diría que ser verídico tenía para él, en ese sentido, como para Montaigne, una especie de valor sagrado.

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Las flores del mal, Hojas de hierba y Residencia en la Tierra constituyen los grandes ejemplos de poesía concentrada que cita Piñera. Sin duda, un libro es algo más que la suma de sus partes. La lectura de un verdadero libro, y no de una colección o recopilación de poemas de un mismo autor, deja en el lector al menos dos impresiones. Una fácil de expresar: la emoción aislada de cada poema. Y otra un tanto más difícil: la sospecha de que detrás de ese conjunto orgánico de poesía, hay algo más. Algo que parece permanecer sobre los poemas leídos aisladamente, leídos y disfrutados. Ese algo podría definirse, tal vez torpemente, como unidad de visión. Y a medida que conocemos mejor los poemas, descubrimos más su presencia. Lo que al principio parecía un grupo de poemas hermosos, revela luego su trabazón espiritual: el libro como totalidad progresiva. La concentración es, simplemente, el modo de obtener esa unidad. O el medio de manifestarla. La unidad de visión conduce a la concentración, porque es previa a ella. Sin duda Piñera, al hablar de la poesía cubana del XIX, tenía que ver en ese siglo, al igual que existe en el nuestro, el libro convertido en preocupación y meta. En objeto físico tanto como en objeto espiritual.

Antón Arrufat
Virgilio Piñera: entre él y yo
Ediciones Unión, 1994.

jueves, julio 21, 2011

Reconciliación

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Poema mío, quiero que la busques
y te plantés delante de sus ojos
con tu papel efímero, tus blancos
más vacuos que la luz delimitando
el espacio entre estrellas. Y que defiendas
mi insuficiente disculpa por haber dicho
más de lo que hace falta y mucho menos
de lo que ella provoca. Poemita,
serás tan cuidadoso que aun solo
deberías poder ser recibido
y por las dudas llevá una palabra
que no significa poco, aunque parezca
ridícula y gastada, abrigate
con las dos breves sílabas de "amor".
Si no fueras así vestido acaso ella
fácilmente te crea mentiroso.
No importa cómo suenes pero decí
esto que escribo: "El que me mandó
quiere que lo perdones. Sus preguntas
no dejan de encontrar buenas respuestas
en vos. Ahora está tan seguro
como se puede en la época, en los años
de seguir siendo tuyo y no evocar siquiera
la pesadilla de perderte." Si no te cree,
decile que sí escuche la palabra
de eros que tanto nos ha dado
y que ya dice: "Que al menos gracias
a este tono suave te quedés con el poema
para hablar de quien te envía, y si entonces
por tu ruego lo perdonás, que una sonrisa
anuncie la paz y renueve la promesa
del cuerpo que nunca se gasta." Ahora,
poema mío, andá cuando quieras
y llegá hasta el lugar donde tendrás sentido.


Silvio Mattoni
La chica del volcán
Alción, 2010.

jueves, julio 14, 2011

Recordando a William Carlos Williams (fragmentos)

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¿Cómo era Bill en realidad? ¿Habré
conseguido acercarme aunque sea
un poco a capturarlo tal como
era? Probablemente no. Tenía un
temperamento complicado, aunque
en un primer encuentro no lo
pareciera. Entonces era un encanto.
Un encanto espontáneo de modo que
uno no tenía la sensación de
estar siendo cautivado de manera
intencional. En un principio los
conflictos internos se mantenían
bajo la superficie, actitudes que iban
de lo puritano a lo bohemio. El suyo
no era un carácter más disciplinado
que el de sus poemas. Su personalidad
flotaba libremente, gobernada por
estados de ánimo cambiantes.
Herbert Leibowitz ha escrito del
carácter de Bill que estaba lleno de
"volátiles propósitos opuestos".
Bill era generoso, lo daba todo de sí
mismo, pero había ocasiones en las
que súbitamente podía volverse hosco
e indiferente. En una ocasión me tocó
ver que esto pasara, cuando la idea
para un poema llegó a su cabeza y el
descifrarla se volvió más importante
que continuar con la charla. Bill
podía disiparse por un rato y después
regresar como si hubiera terminado
el poema, que entonces anotaba en
una de esas recetas médicas (cientos de
éstas se conservan en el archivo de la
biblioteca de Yale). La mente de Bill
tenía muchas capas. Parecía querer
ocultar algunas de éstas. Podía pasar
rápidamente de un humor cómico
casi maniaco a una mirada y un tono
que insinuaban la amargura de la
depresión. Pero tales episodios eran
breves, aunque en una ocasión en
1952, luego de uno de los derrames
que asolarían sus años finales,
consideró necesario internarse
para recibir tratamiento en una
clínica.

[...]

¿Por qué no encontró Bill el "pie
variable" cuando lo ansiaba tanto?
¿Fue sólo un espejismo? ¿O se debió
a que otros poetas y críticos nunca
tomaron en serio su búsqueda ni
respaldaron su esfuerzo? ¿Hubo algún
incidente que lo desalentara? En su
biografía, Paul Mariani cuenta de una
noche que pudo haber servido para
levantarle el ánimo pero acabó siendo
un desastre. Uno de los más fieles
simpatizantes de Bill en el mundo
académico era la profesora Mary Ellen
Solt de la Universidad de Indiana.
Con frecuencia había escrito acerca
del uso del "Idioma norteamericano"
en su obra, así como de su trabajo con
su "pie variable", organizó una velada
para Bill y Floss en Bloomington a la
que invitó a los miembros destacados
del Departamento de Inglés. No
llegó un solo profesor, sólo algunos
estudiantes. El desaire de sus colegas
hirió a Bill profundamente. Y aun
en las pláticas que sostuvo con los
estudiantes no fue capaz de explicar
a lo que se refería con "pie variable".
Regresó a Rutherford en un estado de
total abatimiento.

[...]

En el entierro, que se llevó a cabo
en una cuesta en el viejo Cementerio
de Rutherford, ocurrió un hecho
que para la mayoría de los presentes
resultó cómico, como los payasos
amontonados al salir de un auto en
el circo, pero para mí, que sabía
interpretarlo, fue algo verdaderamente
profético. Después de la misa, un
enorme, inidentificable, y muy
antiguo sedán negro se detuvo en la
calle adyacente, y de él emergieron no
uno, no cinco, sino diez personajes
vestidos de negro, ataviados con lo
que ellos consideraban apropiado
para un funeral, ya fuera rentado o
prestado, para unirse al resto de los
dolientes. Eran los más destacados
jóvenes poetas de Nueva York que
habían venido a rendir homenaje
al gran poeta viejo que tanto
habían admirado. Fue un momento
portentoso. Y era, lo sabía,
un símbolo de los cientos y miles
de jóvenes poetas que honrarían
a Williams en el futuro y que
reconocerían su influencia en su
propio trabajo, y yo me contaba
entre ellos.


James Laughlin
Recordando a William Carlos Williams
Traducción: Ricardo Cázares
Mangos de Hacha, 2010.

jueves, julio 07, 2011

Presencia de la poesía (fragmento)

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Y hay algo más aún: tal como ocurre siempre (o cada vez) que se alcanza la poesía, que alguien la logra y nos la ofrece, nos damos cuenta de que ni una sola de esas palabras podría ser cambiada por otra, que la forma verbal obtenida es intransferible, tan intransferible como la misma experiencia poética que testimonia. Y aquí se da ese sutil balanceo, en el que me gusta insistir, entre palabra y experiencia poéticas. En principio, pienso que ninguna de las dos –palabra y experiencia– podría existir sin la otra; que, una vez alcanzado el poema, concretado, no es posible otorgar preeminencia a uno u otro factor, pero me animaría a afirmar que un poeta lo empieza a ser de verdad, empieza a vivir la poesía y a conquistar la posibilidad de escribirla, cuando siente que ha accedido a cierta clase de experiencia interior, que es por sí misma tan gratificante y constituye una merced de tan crecida nobleza, que se da, paradójicamente, por bien servido con haber podido vivir un momento tan rico, una visión tan nutrida y enaltecedora, y no pretende más: ni escribir siquiera. A lo sumo, alaba a todo aquello o a quien pudo otorgarle esa merced.
. . . . Me atrevería a decir más, aun a riesgo de parecer concluyente en exceso: si a quien pretenda escribir poesía o concretar una obra de arte, en cualquier disciplina que fuese, no le ocurre esto de vivir, antes que nada, intensamente un momento, deseando que se quede allí, como si fuese una iluminación o un estado de gracia, me parece difícil que el poema o la obra de arte, resultantes de esa pretensión, nos convenzan como tales. Por otra parte, ha de quedar en claro que esa especie de iluminación autogratificante no empiece en modo alguno que, cuando de escribir se trate o de componer colores o sonidos, el poeta o el artista se vuelvan cuidadosos organizadores del material con que han de trabajar.

Édgar Bayley
Estado de alerta y estado de inoccencia
Col. Poesía y poética, Universidad Iberoamericana/Artes de México, 1996